María Zambrano y José Ángel Valente: la santidad del entendimiento
Abstract
La amistad entre María Zambrano y José Ángel Valente, a pesar de su distanciamiento posterior, fue mucho más allá de una relación personal. Cada uno de ellos encontró en el otro un importante apoyo para sus propias inquietudes, un encuentro que debe entenderse también en el contexto de un diálogo entre los exiliados republicanos y generaciones más jóvenes de españoles, como Valente, que sienten la necesidad de alejarse de su propio país y del ambiente de la dictadura franquista. La pretensión de Zambrano de explorar una razón poética casa bien con la concepción valentiana de la poesía como conocimiento. En ese sentido, cabe interpretar la afirmación de Zambrano, en una carta al escritor, de que tanto la poesía como la filosofía representan la santidad del entendimiento, una expresión que, lejos de defender un endiosamiento de la razón, pretende explorar los límites del pensamiento y del lenguaje, evitando toda instrumentalización de los mismos. Se abre así un diálogo que explora el territorio común entre poesía, filosofía y mística. Todas estas afinidades se resuelven asimismo en no pocos motivos comunes como el vacío o el descenso. De la mano de ese diálogo, que encuentra uno de sus momentos culminantes en la publicación de Claros del bosque (uno de los ejemplos más acabados de esa razón poética para cuya redacción Zambrano contó con la ayuda de Valente), van surgiendo otros puntos de reflexión como los vínculos entre el arte y lo sagrado o la mirada sobre la historia, que en ambas figuras despierta, a menudo, una desconfianza casi gnóstica. Frente a la historia sacrificial de la que habla Zambrano, la filósofa y el poeta buscan una temporalidad que no sea vehículo de un relato de poder. El tiempo entendido en sentido no lineal y el lenguaje no instrumentalizado de la poesía se inscriben así en el reino de lo posible, de un movimiento de retorno que no se resigna a las violencias de la historia.